Y ella decidió romper la hoja que hace algunos instantes había sido su confidente, guardó en su bolso la cajetilla de cigarrillos y el bricket. Miró su celular que alertaba una llamada entrante, sonrió y sin dudar, lo apagó.
Se ató su cabello, se puso de pie y retomó su camino.
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Y así, desapareció.
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