Era una noche de lunes empantanada y fría, llena de tráfico y personas cubiertas hasta los ojos. Yo iba con mi abrigo morado y mis típicas botas de invierno fumando como chimenea... Era evidente que el encuentro con mi pasado me desestabilizaba y ni mi medicinal cigarrillo me ayudaba a calmarme.
Llegue veinte minutos tarde, quería dejarle claro que hace mucho dejo de ser mi prioridad.
Ahí estaba sentado, con su tinto grande y sus ojos clavados en el humo de su cigarrillo que se consumía en el cenicero. Debo confesar que por unos segundos quise irme, es más, iba a voltearme cuando levantó su rostro y nuestras miradas se encontraron.
Mi alma se desplomó ante esa hermosa sonrisa que me regaló... ante esa barba que tanto me encantaba... ante los recuerdos de una vida a su lado que se apresuraron a pasar por mi mente...
Me senté devolviéndole la sonrisa y quitándome el abrigo; sintiendo como su mirada recorría mi cuerpo.
- Veo que ya has pedido por mi - Me percaté de la dona de chispitas de chocolate y el granizado de café mediano. Siempre lo pedía cuando íbamos a ese café - Están esperándote hace 20 minutos.-
Nuestra conversación inició como la inician dos extraños. Hablamos del clima, de política, de la salud de nuestros padres, de los post de nuestros amigos en común en Facebook, del matrimonio Guillermo, del nuevo hijo de Claudia, de la separación de Miguel y terminamos con su tinto, mi granizado, la dona y media cajetilla de cigarrillos.
Al final me sentí tranquila, pensé que nuestro encuentro iba a estar lleno de reproches, culpándonos el uno al otro del por qué las cosas no habían funcionado.
Simplemente nos habíamos convertido en dos extraños con un fragmento de nuestras vidas unidas.